Cuando éramos canción, soñábamos juntos, escrutando las estrellas con los cuerpos ardientes como un sol de enero.
Cuando éramos canción, cortábamos eternos pétalos de blancas margaritas a orillas del Tigre, por las tardes turquesas.
Cuando éramos canción, me dedicabas los mejores temas de la noche en el boliche, habiendo tantos solitarios escondiéndose en la barra, llorando un rock and roll de noviembre.
Cuando éramos canción, me celabas con dulzura amenazando al mundo con quitarle los ojos, si tan sólo me hacía un gesto de luz al prender el día.
Cuando éramos canción, te envolvía con mis piernas abiertas, y arrojaste flores en mi vientre, mientras tanto, yo, me hundía en tu historia decorando nuestro sexo sagrado con el fuego de las velas derretidas en tu cintura.
Cuando éramos canción, broté un racimo de hijos en mis brazos con guirnaldas, una vez, en la mañana entre sábanas de gloria, con tu boca y mis pechos desnudos.
Cuando éramos canción…, prometí darte mi sangre a muerte en el altar.
Sólo cando éramos canción, y nada más.
Cuando fuimos canción, no te molestaba mi escote, algo descubierto con la falda roja.
Cuando fuimos canción, no desconfiabas de tu hermano y mis primos.
Cuando fuimos canción, no me levantabas la mano adelante de nuestros amigos, por tan sólo opinar cuando conversan los hombres.
Cuando fuimos canción, te enamoré bailando enceguecida, como si fuese un orgasmo gigante de curvas erectas, vital como ninguna, con mi cuerpo nuevo de princesa, quien sedujo a tu animal salvaje en cada vaivén, en cada roce perpetuo; ahora, arruinada, intento hamacarme en los tristes quehaceres de la casa marrón, a puerta cerrada, sin respirar, sin contestar, sometida sirvienta en el planeta de los simios, con hematomas en la espalda, en el alma.
Ahora ya no somos canción, tu mirada neurótica, machista, me hace ruido en las venas.
Ahora, degollaste a Cupido con la voz de tu hijo más pequeño.
Ahora, ya no hay melodías en tu fuerza cuando abusas de mí, ebrio y monstruoso, y los chicos lloran sabiendo lo qué pasa.
Ahora, no puedo arreglarme las uñas, mucho menos pintarme los labios, porque sería la ¡¡puta del barrio!!
Ahora… ahora, me partiste la cara a puño limpio y me quemaste el cabello que tanto adorabas, por temor a que intente denunciarte, cuando te arde la culpa y corres a confesarte, domingo a domingo, con tu amigo el párroco, en el confesionario.
Ahora, huelo el oscuro aliento de tus crímenes a la legua, masticando el terror de todas las mujeres que fueron maldecidas con la misma cosa, el hombre.
Ahora, mi calvario fue darte la mano con ojos cerrados.
Ahora, me aterran los hombres y las canciones.
Ahora sufro el tormento de una madre sin hijos.
Ahora no tengo a mis nenes traviesos, no siento sus labios de crema, sus manos pequeñas, contar sus latidos.
Ahora, ya no tiemblo.
Ya no molesto.
No respiro.
Cuando éramos canción, ¿me pensabas muerta?
Cuando éramos canción, ¿te soñaste siendo mi asesino?
CUANDO ÉRAMOS CANCIÓN. Poema autobiográfico de Carlos Mena, huérfano por la violencia patriarcal.
Disponible gratuitamente versión PDF obra Ni una menos en el pabellón 4, Ed. Cuenteros, verseros y poetas 2018 en link publicado en el primer posteo del Facebook Editorial Cuenteros, verseros y poetas o en nuestro blog cuenteros-verseros.com.ar