Pasado un mes y luego de mucha paciencia y saliva argumentativa, autorizaron mi regreso al pabellón 4. El día que entré fue el mismo día que desengomaron a mis compañeros. Fue como ingresar a un territorio arrasado. El SPB me había robado las tres computadoras, dos impresoras y habían arrojado al suelo la biblioteca. No sólo arrojaron todos los libros, sino que también los pisotearon y rompieron. La mayoría de esos libros eran clásicos de literatura que yo había regalado de mi biblioteca personal. Eran libros que me ayudaron a crecer y a comprender mi realidad. Parte de mi personalidad la gesté pasando horas y horas de mi adolescencia leyendo, subrayando y releyendo esos libros que ahora estaban rotos y muertos. Si bien no me robaron ni rompieron la impresora laser (algo que negocié durante ese mes), si se robaron un freezer que habíamos comprado entre todos.

Como si todo esto fuera poco, el nuevo Jefe del Penal ya había llenado las treinta plazas de traslados con nuevos detenidos que no me conocían ni sabían nada de mi proyecto. Treinta nuevos pibes en un pabellón de “población”, donde acaba de morir un preso es una invitación a la masacre. Muchos miembros del SPB y autoridades del Ministerio de Justicia de la gestión de Mahiques apostaban al conflicto. Era la excusa ideal para darme la estocada final y que se enterrara por siempre el proyecto Cuenteros, verseros y poetas.

Estaba muy golpeado pero contento. Luego de un mes de negociaciones, presión y estrés, había logrado vencer a mis enemigos. El miércoles que volví a ingresar, me abracé emocionado con los 26 veteranos sobrevivientes y me presenté formalmente ante los 30 recién ingresados. Pese a la muerte, los deportados, la acechanza de las hienas y al dolor general, volvió a fluir un hilo de esperanza en los 56 compañeros que conformaban una nueva camada de Cuenteros, verseros y poetas.

Pero nada es gratis en la vida. Esa noche, al llegar a mi casa, el cuerpo me pasó factura. Empecé a toser y levanté 39 grados de fiebre. Estuve 5 días en cama con antibióticos, alucinaciones, chuchos de frío y muy fuertes dolores en los huesos. Era la primera vez que levantaba tanta temperatura desde que tengo uso de razón. La última vez que tuve que guardar reposo fue cuando era niño y sufrí de paperas. De alguna manera mi organismo me dijo “Lo logramos chabón. Volviste a entrar a tu puto pabellón y salvaste del destierro a 26 amigos, ahora dale un poco de descanso a tus huesos, capo”. Al sexto día ya estaba mejor y volví al Estudio Jurídico. Al séptimo día volví al pabellón. Todavía sigo yendo…(extracto del capítulo «La (in) sensibilidad progresista» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

 

118086423_2598860453762271_1001085997363047566_o

Comentarios desactivados en

Filed under Sin categoría

Comments are closed.