Hoy, miércoles 26 de agosto de 2020, me levanté temprano. Desayuné, preparé el mate y me puse a trabajar en mi PC. A las 10 horas recibo un llamado del Largo: «Hola Alberto, te llamo para saber a qué hora estás viniendo». «A eso de las 12 vuelve Marina, me reemplaza con las nenas y salgo para allá. Estaré llegando a eso de la una. ¿Quién da la clase hoy?» «El Enzo» me contesta el Largo. «¿Seguimos con la Semana Trágica y la Patagonia rebelde?» «No, el Enzo va a arrancar con el gobierno de Uriburu y Severino Di Giovanni. Si llegás a la una nosotros empezamos antes porque el engome del patio es a las 3 y tenemos que ver un documental sobre el golpe del 30 antes, ¿te parece?» «Si, dale. Si Marina llega antes capaz que veo parte del documental, sino, llego para la clase del Enzo. Igual creo que va a llover y se va a cortar la luz, así que seguro terminamos todos en la cocina. Nos vemos». «Abrazo», se despidió el Largo.
¿Por qué les cuento esto? Porque son estas cosas las que me dan fuerza para seguir yendo a un centro de tortura luego de diez años de ninguneo. En plena pandemia, sin presencia de médicos, sin visitas de familiares, con varios compañeros con fiebre, con varios compañeros de otros pabellones atestados de heridos y enfermos sin antibióticos, luego de la represión del último motín, los pibes del pabellón 4 preparan clases semanales que ellos mismos eligen y dictan. Cincuenta y seis presos de pabellón 4 sin que nadie los obligue sin que obtengan beneficio alguno, se reúnen todos los miércoles en el patio del pabellón a ver videos de canal Encuentro y a escuchar a uno de sus compañeros que preparó un tema durante la semana. Yo estoy yendo los miércoles como oyente. Yo estoy aprendiendo de ellos. Ninguna de estas clases figuran en la currícula ni en sus expedientes judiciales, ningún beneficio obtienen por enseñar y por aprender. Ninguno de sus defensores públicos tienen la más puta idea de las cosas que hacen en el pabellón 4, porque hace siglos que los defensores públicos dejaron de visitar el Complejo Varela.
Tampoco figura en ningún lado que todos los días entrenan una hora de boxeo y que los lunes enseñan el reglamento de la Federación Argentina de Box (FAB), preparando el ingreso a la carrera de Directores Técnicos de Boxeo (clases coordinadas por Brian Calla desde la calle y Ángel Araujo desde el pabellón).
Tampoco figura en ningún lado nuestras clases de música y pintura que dan los jueves y los martes. Nada de esto figura en ningún lado porque Cuenteros, verseros y poetas no existe en los papeles, por ende, no existe a la hora de otorgar buena o mala conducta en sus informes. Es bueno que se sepa que en tiempos de muerte (están muriendo penitenciarios y presos de COVID por igual sin que ningún empleado público con título de Juez, Defensor Público o Fiscal mueva un pelo – al que le toque el sayo que se lo ponga y hacerse cargo de sus pulgas-), hay pibes que RESISTEN sin violencia.
Por la voluntad de estos «chorros», es que sigo aguantando todas las humillaciones que «la gente de bien», que la civilizada «gente de trabajo», nos ha hecho padecer por más de una década. No sirvo para patear Ministerios. No sirvo para estar sentado en un despacho enorme. No sirvo para que un chofer me lleve a hacer turismo y sacarme fotos con directores de unidades penitenciarias. No sirvo para tomar cafecitos con la endogámica realeza del Poder Judicial cuyo ausentismo en los centros de tortura genera la muerte que los medios ocultan. No sirvo para que me convoquen a perder tiempo con funcionarios exitosos del Ministerio de Justicia que conocen la cárcel por ver la serie «El Marginal». A mi, déjenme enseñar boxeo, literatura y filosofía con los pibes sufridos. A mi, déjenme aprender boxeo, literatura y filosofía de los pibes sufridos.
Alberto Sarloahh

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