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Espectros del pabellón

«Espectros del pabellón», son vivencias en un centro de tortura en donde interpelamos aquello que el sentido común asume como “verdad”. Lo hacemos en aras de encontrar una interpretación libre de cualquier enajenación y adoctrinamiento. Yo hago micropolítica de la resistencia, pero esa micropolítica no tiene que quedar como mera resistencia aislada e individualista. Esa micropolítica es el espacio para expandirnos desde nuestro territorio y de esa manera generar pueblo combatiendo el sentido común.

La clave para que mis compañeros me hayan aceptado y hayan creado obras literarias de tanta belleza se debe a que, como docente autodidacta que soy, supe cambiar a tiempo, supe ejercitarme en el olvido y en el desaprendizaje. Sólo olvidando uno puede abrirse al otro, sólo desaprendiendo uno puede moverse para darle espacio al diferente, al marginado, al olvidado, al despreciado de nuestra sociedad racista. No hay emancipación sin descolonización subjetiva. No hay expectativa de cambio mientras no hagamos temblar al conocimiento, mientras no ambicionemos que lo sólido se desvanezca en el aire.

Si no me hubiese desplazado desde mis certezas hacia mis “posibilidades”, nada de lo que van a leer hubiese sucedido. Lo que hice y lo que hago en el pabellón 4 es el resultado directo de haber derrumbado todas mis certezas, todas mis creencias. Lo más interesante de todo es que, tanto he desaprendido que si alguien me pidiera algún consejo para repetir un proyecto similar al nuestro, mi consejo sería que no tengo ningún consejo, ninguna receta. A lo sumo me animaría a decirle que desconfíe de los que dan consejos, de los portadores de certezas. Ninguna educación es posible repitiendo el esquema de los docentes satisfechos de si mismos y de sus saberes.

La educación que practico no tiene escuela, ya que nadie me puede tomar en serio cuando afirmo que un pibe analfabeto funcional logra en pocos meses leer y experimentar literariamente con Gilles Deleuze, Enrique Dussel, Michel Foucault, Rita Segato o José Carlos Mariátegui a base de cultivar sus inseguridades y fomentando el arte de desaprender… (extracto del capítulo «Ennegrecer las letras» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2021 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

 

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Hoy, miércoles 26 de agosto de 2020, me levanté temprano. Desayuné, preparé el mate y me puse a trabajar en mi PC. A las 10 horas recibo un llamado del Largo: «Hola Alberto, te llamo para saber a qué hora estás viniendo». «A eso de las 12 vuelve Marina, me reemplaza con las nenas y salgo para allá. Estaré llegando a eso de la una. ¿Quién da la clase hoy?» «El Enzo» me contesta el Largo. «¿Seguimos con la Semana Trágica y la Patagonia rebelde?» «No, el Enzo va a arrancar con el gobierno de Uriburu y Severino Di Giovanni. Si llegás a la una nosotros empezamos antes porque el engome del patio es a las 3 y tenemos que ver un documental sobre el golpe del 30 antes, ¿te parece?» «Si, dale. Si Marina llega antes capaz que veo parte del documental, sino, llego para la clase del Enzo. Igual creo que va a llover y se va a cortar la luz, así que seguro terminamos todos en la cocina. Nos vemos». «Abrazo», se despidió el Largo.
¿Por qué les cuento esto? Porque son estas cosas las que me dan fuerza para seguir yendo a un centro de tortura luego de diez años de ninguneo. En plena pandemia, sin presencia de médicos, sin visitas de familiares, con varios compañeros con fiebre, con varios compañeros de otros pabellones atestados de heridos y enfermos sin antibióticos, luego de la represión del último motín, los pibes del pabellón 4 preparan clases semanales que ellos mismos eligen y dictan. Cincuenta y seis presos de pabellón 4 sin que nadie los obligue sin que obtengan beneficio alguno, se reúnen todos los miércoles en el patio del pabellón a ver videos de canal Encuentro y a escuchar a uno de sus compañeros que preparó un tema durante la semana. Yo estoy yendo los miércoles como oyente. Yo estoy aprendiendo de ellos. Ninguna de estas clases figuran en la currícula ni en sus expedientes judiciales, ningún beneficio obtienen por enseñar y por aprender. Ninguno de sus defensores públicos tienen la más puta idea de las cosas que hacen en el pabellón 4, porque hace siglos que los defensores públicos dejaron de visitar el Complejo Varela.
Tampoco figura en ningún lado que todos los días entrenan una hora de boxeo y que los lunes enseñan el reglamento de la Federación Argentina de Box (FAB), preparando el ingreso a la carrera de Directores Técnicos de Boxeo (clases coordinadas por Brian Calla desde la calle y Ángel Araujo desde el pabellón).
Tampoco figura en ningún lado nuestras clases de música y pintura que dan los jueves y los martes. Nada de esto figura en ningún lado porque Cuenteros, verseros y poetas no existe en los papeles, por ende, no existe a la hora de otorgar buena o mala conducta en sus informes. Es bueno que se sepa que en tiempos de muerte (están muriendo penitenciarios y presos de COVID por igual sin que ningún empleado público con título de Juez, Defensor Público o Fiscal mueva un pelo – al que le toque el sayo que se lo ponga y hacerse cargo de sus pulgas-), hay pibes que RESISTEN sin violencia.
Por la voluntad de estos «chorros», es que sigo aguantando todas las humillaciones que «la gente de bien», que la civilizada «gente de trabajo», nos ha hecho padecer por más de una década. No sirvo para patear Ministerios. No sirvo para estar sentado en un despacho enorme. No sirvo para que un chofer me lleve a hacer turismo y sacarme fotos con directores de unidades penitenciarias. No sirvo para tomar cafecitos con la endogámica realeza del Poder Judicial cuyo ausentismo en los centros de tortura genera la muerte que los medios ocultan. No sirvo para que me convoquen a perder tiempo con funcionarios exitosos del Ministerio de Justicia que conocen la cárcel por ver la serie «El Marginal». A mi, déjenme enseñar boxeo, literatura y filosofía con los pibes sufridos. A mi, déjenme aprender boxeo, literatura y filosofía de los pibes sufridos.
Alberto Sarloahh

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La prensa corporativa y la «del palo» está realizando una eficaz tarea de ocultamiento de las penalidades y desgracias que día a día ocurren en nuestras cárceles. Con los presos no hay «grieta» alguna, como le gusta llamar a los amantes del consenso. A nadie le conviene que se sepa que en los centros de tortura bonaerenses se carece por completo de política sanitaria, que ningún protocolo se cumple y que ya no sólo no contamos con medicina, sino que ahora ni médicos tenemos. Para un preso un hisopado es una entelequia y para muchos guardiacárceles también. Esa ausencia de control es esencial para ocultar la propagación de la pandemia en ámbitos hacinados y pestilentes.

La ecuación de las autoridades penitenciarias es perfecta: Sin hisopado, sin médicos y sin prensa no hay COVID. Así de sencillo. El Poder Judicial, cómplice eterno de estas omisiones criminales, mira para otro lado como históricamente ha hecho a lo largo de su aristocrática y nobiliaria existencia. Las promesas vacías que el poder político y judicial esgrimieron luego del asesinato de Estado efectuado contra Federico Rey en la unidad 23 de Florencio Varela, fueron tan efímeras como burdas. Pese a toda esa ignominia rayana en la perversidad, seguimos entrando al pabellón. Entramos con todos los recaudos para llevar lavandina, barbijos y alcohol en gel. También entramos para pensar y escribir. Precisamente porque seguimos entrando, escribiendo y resistiendo es que con profundo orgullo les presentamos un nuevo Fanzine realizado exclusivamente por los compañeros del Pabellón 4. Este cuarto fanzine (cliqueen el presente link para verlo: https://drive.google.com/file/d/1t_XRIb4oDsJ-YA3s34U0wmyjJzk7T8HS/view?usp=sharing), lo llamamos DESAHOGO, y es una obra de arte hermosa, dolorosa y profunda tanto desde lo literario como desde lo gráfico. POR FAVOR APOYEN Y DIFUNDAN NUESTRA VOZ. Nunca como hoy el concepto de RESISTENCIA debe hacerse carne en nuestra sociedad.

Muchas gracias.

Alberto Sarlo

Fanzine 4

Fanzine 4

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Al séptimo día volví al pabellón. Todavía sigo yendo…

No tengo la más remota idea de dónde saqué las fuerzas para remontar la parada, pero la cosa es que empecé a viajar dos veces por semana a Florencio Varela. Tuve que apoyarme mucho en quien sería el nuevo coordinador, Francisco Bus. Con él, con Jorge Rivas y con el esfuerzo de compañeros sobrevivientes del tsunami, como Daniel Teri y Brian Calla, empezamos la refundación. Con estos referentes empezaba a nacer la “tercera administración” editorial. La primera y fundacional fue liderada por Carlos Mena del 2010 hasta mediados del 2015, fecha en que Carlos fue trasladado a un régimen más benigno previo a su libertad. La segunda administración duró menos de un año, de mediados de 2015 a mediados de 2016, y fue la encabezada por Fabián. La tercera, puede ser la vencida, o la que me venza y es la que está llevando hasta estos días Francisco “el Rengo” Bus. El Rengo es un laburante como pocos y un amigo con quien puedo charlar, pensar y aprender. En pos de defender nuestro proyecto hemos tenido infinidad de discusiones, pero siempre dentro del marco de la convicción por generar un espacio de resistencia y pensamiento. Es una pieza fundamental ya que Francisco fue testigo de los diferentes liderazgos de Carlos y de Fabián. Aprendió de sus virtudes y también de sus errores.

La primera tarea fue concientizar a los nuevos compañeros en nuestro concepto de “comunidad”. Por medio del diálogo y el ejemplo, empezamos a mostrarle a los nuevos pibes que nuestro pabellón de población es muy distinto al resto de los pabellones de población del país.

La segunda faena fue imponer un discurso muy contundente en contra de las “pastillas”. No teníamos espacio para la traición. Ningún miembro del pabellón podía ingresar pastillas. Habíamos aprendido la lección. Podíamos ser más tolerantes con otro tipo de sustancias, máxime cuando la mayoría de mis compañeros ingresan sin desintoxicarse totalmente de la nefasta pasta base. Nada de Paco, nada de pastillas. Pero esta política tenía que llevarse sin “mano dura”. Cada compañero debía ser responsable de cumplirla y de aprender a dejarse ayudar. Podíamos ser pacientes, abiertos y comprensivos, pero la última palabra lo tiene cada uno consigo mismo. Quien no respetaba pautas mínimas de convivencia y confianza, debía retirarse por su propia decisión. Nadie expulsaría a nadie por la fuerza, porque nunca los Cuenteros, verseros y poetas habíamos aplicado “mafia” (paliza colectiva) a ningún compañero. Los que se van de nuestro pabellón, siempre se van bien y sin violencia.

La tercera campaña urgente que implementé al reingresar fue comprometer a todos a sacar un libro en forma urgente para tener algo de difusión que nos dé aire frente al SPB. Ese libro se llamaría Juguetes perdidos, y convoqué a todos los compañeros a que escriban sus experiencias en los Institutos de Menores. Era un libro urgente por dos motivos: primero, porque nadie nos protegía y la publicación del libro tal vez consiguiera algo de difusión, única aliada que manteníamos; el segundo motivo es porque el gobierno de Macri estaba impulsando un proyecto de ley para bajar la edad de imputabilidad y necesitábamos generar un acto de resistencia ante semejante iniciativa.

Nos pusimos a trabajar todos en todos los frentes. Doné nuevas computadoras e impresoras. Volví a conseguir de mi amigo Silvio Rotela guantes y bolsas de boxeo. Con los veteranos armamos distintos gabinetes de trabajo: un equipo de alfabetización para los recién ingresados, otro de filosofía para que expliquen las clases atrasadas a los novatos, un equipo de pintura para colorear nuestros libros cartoneros y para pintar los muros de nuestro pabellón; y un equipo de música para volver a armar una banda de rock como la que teníamos antes de que nos rompieran el pabellón. Armamos esos equipos de trabajo a contrarreloj. Los coordinadores volvieron a coordinar, los escritores volvieron a escribir y los compañeros volvieron a crear arte….

(extracto del capítulo «La (in) sensibilidad progresista» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

 

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Pasado un mes y luego de mucha paciencia y saliva argumentativa, autorizaron mi regreso al pabellón 4. El día que entré fue el mismo día que desengomaron a mis compañeros. Fue como ingresar a un territorio arrasado. El SPB me había robado las tres computadoras, dos impresoras y habían arrojado al suelo la biblioteca. No sólo arrojaron todos los libros, sino que también los pisotearon y rompieron. La mayoría de esos libros eran clásicos de literatura que yo había regalado de mi biblioteca personal. Eran libros que me ayudaron a crecer y a comprender mi realidad. Parte de mi personalidad la gesté pasando horas y horas de mi adolescencia leyendo, subrayando y releyendo esos libros que ahora estaban rotos y muertos. Si bien no me robaron ni rompieron la impresora laser (algo que negocié durante ese mes), si se robaron un freezer que habíamos comprado entre todos.

Como si todo esto fuera poco, el nuevo Jefe del Penal ya había llenado las treinta plazas de traslados con nuevos detenidos que no me conocían ni sabían nada de mi proyecto. Treinta nuevos pibes en un pabellón de “población”, donde acaba de morir un preso es una invitación a la masacre. Muchos miembros del SPB y autoridades del Ministerio de Justicia de la gestión de Mahiques apostaban al conflicto. Era la excusa ideal para darme la estocada final y que se enterrara por siempre el proyecto Cuenteros, verseros y poetas.

Estaba muy golpeado pero contento. Luego de un mes de negociaciones, presión y estrés, había logrado vencer a mis enemigos. El miércoles que volví a ingresar, me abracé emocionado con los 26 veteranos sobrevivientes y me presenté formalmente ante los 30 recién ingresados. Pese a la muerte, los deportados, la acechanza de las hienas y al dolor general, volvió a fluir un hilo de esperanza en los 56 compañeros que conformaban una nueva camada de Cuenteros, verseros y poetas.

Pero nada es gratis en la vida. Esa noche, al llegar a mi casa, el cuerpo me pasó factura. Empecé a toser y levanté 39 grados de fiebre. Estuve 5 días en cama con antibióticos, alucinaciones, chuchos de frío y muy fuertes dolores en los huesos. Era la primera vez que levantaba tanta temperatura desde que tengo uso de razón. La última vez que tuve que guardar reposo fue cuando era niño y sufrí de paperas. De alguna manera mi organismo me dijo “Lo logramos chabón. Volviste a entrar a tu puto pabellón y salvaste del destierro a 26 amigos, ahora dale un poco de descanso a tus huesos, capo”. Al sexto día ya estaba mejor y volví al Estudio Jurídico. Al séptimo día volví al pabellón. Todavía sigo yendo…(extracto del capítulo «La (in) sensibilidad progresista» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

 

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“Alberto, tené cuidado. Uberti es tumbero”, me dijo al oído Santiago cuando me estaba retirando del pabellón. “Boludo, relajá. Ya sé que es tumbero”, contesté. “Entonces ponete pillo porque puede ser una tumbeada amigo. Con el Perro no se jode. Puede rompernos el pabellón y hasta pegarte un corchazo, si quiere”. “Tranquilo amigo. Voy a tener cuidado”. Me abrazó fuerte e insistió pegando su boca todavía más a mi oreja “No le des cabida. Te va a joder la vida”. Santiago me quería. Santiago no quería a mucha gente, de hecho, no se quería mucho a sí mismo, pero a mi me quería. Y Santiago estaba preocupado. No le gustaba nada que me reuniera con el jefe del penal, con el Perro Uberti. Según él, Uberti me estaba “tumbeando”, o sea, me estaba preparando una emboscada para que pise el palito y me rajen a la mierda o me pase algo. Yo también pensaba lo mismo que Santiago, pero si das clases de filosofía y literatura en una cárcel y el jefe del penal quiere reunirse con vos, bueno viejo, por más tumbero que sea “el gorra”, tenés que reunirte.

Creo que Santiago exageraba cuando decía que el Perro podía pegarme un corchazo. Poder, podía, por supuesto que podía, tenía fama de duro tiempo completo, pero desde mi perspectiva era inadmisible que el Perro atentara contra mi vida. El principal argumento era porque el Perro no era boludo. Eliminar un burguesito que encima es abogado trae muchas, muchas complicaciones. Mi eliminación traería un ruido mediático que repercutiría principalmente en el Servicio Penitenciario. Por el contrario, romper un pabellón o hacer matar uno, o varios presos, es mucho más fácil y produce desde la perspectiva perversa del sistema, mejores resultados que pegarme un tiro. Santiago temía por el pabellón pero también temía por mi vida. Yo también temía por la seguridad del pabellón pero más temía por la seguridad de mis alumnos. Santiago estaba equivocado. Yo sigo vivo, pero Santiago con su amor incondicional por Nietzsche, por las pastillas y por sus demonios, moriría a los pocos meses de dicha advertencia. Según la versión oficial, Santiago murió en un penal bonaerense acuchillado en una reyerta entre internos.

Transcurría el año117889444_2595444857437164_8363932002135876145_o 2012. Eran épocas en donde matar presos era fácil (en la actualidad también, aunque cuidan algunos detalles más). Es muy sencillo hacer matar presos. En un centro de tortura donde el hacinamiento y la carencia de higiene, salud, alimentos y comunicación es la regla, cualquier maquinación es efectiva para que los rehenes del Estado se maten entre si. El SPB conoce todos los expedientes de los presos aún sin leerlos. Los presos, una vez que entran en el circuito tumbero, raramente pueden salir. Para sobrevivir deben tejer alianzas, pactos, deudas y acreencias de todo tipo. Todos se conocen, son todos parte de una misma historia. Con esa información y el mandato discrecional que el cobarde Poder Judicial le otorga al SPB, se le hace muy fácil a un Jefe de Penal o a un Director de Unidad mezclar bandas enemigas en un mismo espacio y que se eliminen entre sí. Los resultados están a la vista, la muerte de tres presos por semana no es desidia, es decisión política… (extracto del capítulo «La delgada línea roja (2012)» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

 

 

 

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La Fundación Shakespeare Argentina ha publicado y destacado en su sitio oficial la obra de los escritores del pabellón 4, SHAKESPEARE SUBVERSIVO. Podrán tener acceso a la misma por medio del link (https://shakespeareargentina.org/shakespeare-subversivo/).
Es un orgullo para todos los miembros de Cuenteros, verseros y poetas que nuestra voz y nuestros dibujos se difundan en dicha prestigiosa Fundación. La conquista de espacios culturales, otrora inaccesibles para nuestros artistas, es parte de nuestra lucha emancipatoria. Estos sucesos no son resultado del azar, son el fruto de diez años de trabajo y sacrificio en absoluta soledad.
Es bueno que se sepa que todo lo que hemos hecho en estos diez años fue realizado con la más férrea oposición institucional de las tres administraciones provinciales que se han sucedido desde el 2010 a la fecha. Si pese a dicha actitud represiva hemos regalado más de 28 mil libros en villas, comedores y escuelas, y hemos alfabetizado a centenares de detenidos, imagínense que hermosa tarea hubiésemos gestado si los Poderes Ejecutivo y Judicial se hubiesen comportado con un mínimo de dignidad y humanismo. Tal vez estamos pidiendo demasiado…
Alberto Sarlo (Fundador de la Editorial Cuenteros, verseros y poetas)
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La docencia y el territorio

En mayo de 2010 comencé a enseñar literatura en la Unidad de Máxima Seguridad 23 de Florencio Varela como parte de un proyecto que yo mismo presenté en el Ministerio de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. Decidí enseñar “ad honorem” literatura con la finalidad de fundar una editorial cartonera. La literatura y la editorial eran una excusa para fomentar la lectura. Escribir era la excusa para que lean. Para que leamos. Tenía que hacer algo y ese algo no podía estar vinculado con mi carrera de abogado. La crisis del 2001 me había enseñado que el Derecho para lo único que sirve es para profundizar las desigualdades. No hay capitalismo sin leyes que lo protejan. No hay mercado sin leyes que desregulen las trabas de su expansión. El capitalismo es una estructura económica basada en leyes, leyes defendidas por abogados, abogados que pueden trabajar como lo hago yo, en la profesión liberal, o que pueden pasarse al Estado y hacerlo como jueces, fiscales o defensores públicos, pero siempre deben haberse recibido de abogados. Abogados que aplican la ley de los justos, justos que defienden un conjunto de normas que dan vida al sistema social, económico, demográfico, cultural e ideológico que se necesita para que una sociedad desarrollada funcione por medio del mercado y la propiedad privada. En ese sistema defendido por abogados, están incluidas las empresas, los estados nacionales y provinciales, los bancos, las financieras, las bandas criminales del conurbano y las mega bandas criminales de Wall Street. El neoliberalismo es una de las distintas facetas del capitalismo que aboga por la ausencia de controles de mercados: nos dice que la ruta óptima hacia la prosperidad pasa por que los individuos persigan su propio interés particular, y que el mercado es la única vía de expresión de ese interés propio. Nos dice también que el Estado debe ser mínimo (reducido a fuerzas policiales de choque urbano y de vigilancia interna), que la especulación financiera es positiva, que la desigualdad es un hecho natural que promueve la perspicacia para encontrar nuevos negocios en las crisis y que nuestra humanidad no es ni más ni menos un escenario de supervivencia del más apto, al mejor estilo darwinista. Los neoliberales leyeron muy mal a Darwin o lo que es peor, inventaron una lectura.

Por eso alfabetizamos en el Pabellón 4. Nuestros propios compañeros más avanzados enseñan a los compañeros recién ingresados a leer y a escribir. Es necesario que el analfabeto lea. Leer para resistir. Leer para tener una mínima posibilidad de defensa…(extracto del prólogo «La docencia y el territorio» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

La imagen puede contener: una o varias personas y personas sentadas

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Ni Borges zafó de la requisa

Ese año fue muy duro para el proyecto. No es fácil alfabetizar y hacer docencia territorial en el Complejo Varela. Tal como he afirmado, las unidades de Florencio Varela representan lo más horrible y deleznable del ser argentino. No es desatinado afirmar que no hay peores cárceles en Argentina que las de Varela y que la 23 es una de las peores unidades del complejo. Al encontrarse a mitad de camino del conurbano y del campo (están bien a las afueras de Florencio Varela), ninguna de las torturas, muertes y suicidios tienen repercusión alguna en los medios. Sumado a eso, los propios penitenciarios reconocen que en la unidad 23 se tiran muchos tiros y se lastiman muchos pibes, yo puedo dar fe de que esa fama es veraz. Desde hacía años la cárcel la manejaba un preso complicado que estaba cómodamente alojado en el sector de mediana seguridad de la 23. Los directores de la unidad desde hacía años negociaban y pactaban con él. A ese preso le pondremos de nombre Perazzi. Durante muchos años era quien administraba, distribuía y controlaba los kiosquitos más redituables dentro de la cárcel. Perazzi no sólo articulaba con el Servicio Penitenciario, sino que también lo hacía con jueces y fiscales.En la 23 nunca hubo buena relación entre los presos de mediana seguridad y los de máxima seguridad. Perazzi era muy inteligente y sabía que si no jodía a los presos de máxima seguridad, ellos no se meterían en sus negocios. Mi pabellón, como ya he dicho, está en el sector de máxima seguridad. Perazzi me conocía y yo lo conocía a él. Yo nunca me metí con él porque él nunca se metió conmigo ni con ninguno de los pibes del 4. Cada vez que nos veíamos era un “Hola que tal Sarlo” a lo que yo contestaba “Hola que tal Perazzi”. Esos saludos eran códigos. El metamensaje que ambos nos mandábamos con esas palabras era “No cruces tu frontera que yo no cruzo la mía”. Eran códigos que se respetaban. Pero ese año un director quiso sacarlo a Perazzi. No lo quería sacar para sanear los negociados, sino para beneficiarse de los mismos. La idea fue cambiarlo por otro preso afin a sus intereses.

Empezó a correr el rumor que trasladarían a otra unidad a Perazzi y era obvio que ese tipo de movida implicaba sangre. Dentro del propio Servicio Penitenciario y del Poder Judicial había una interna ya que algunos funcionarios respondían a Perazzi y querían mantener el status quo comercial con él, mientras otro grupo quería meterse de lleno en sus negocios cambiando de preso. Un día llegué a la Unidad y en la puerta encontré decenas de miembros de policía científica. Había habido un tiroteo en la puerta de la Unidad 23 con decenas de disparos de metralleta y de fusiles FAL. Los impactos podían verse en el frente y en un cartel lateral del portón de ingreso. No murió ningún guardiacárcel de milagro. Desconozco si el fiscal que investigó el tiroteo pertenecía a la escudería Perazzi o a la destituyente, pero a las pocas semanas de la balacera hubo una serie de mini motines en la unidad que conllevaron miles de disparos de balas de goma mientras yo daba clases enyoguizado y respirando pólvora en el pabellón. Los pibes del 4 nos mantuvimos imperturbables en los reiterados actos de represión de los cuales fuimos testigos. Finalmente, el sector penitenciario liderado por el nuevo director, logró trasladar a Perazzi a otra unidad y colocar a un preso antichorro en su lugar. Fue el principio del caos. El poder en mediana seguridad se atomizó. Surgieron infinidad de caciques que deseaban negociar en forma directa con el SPB, salteándose al nuevo líder impuesto. Ese caos generó mucho nerviosismo en máxima seguridad. En la 23 empecé a ver como los presos volvían a pasearse con espadas debajo de la remera porque no había normas ni códigos que valgan. Habían pateado el hormiguero y no tenían hormiga reina de repuesto. Como siempre digo, en el SPB hay buenos tipos, tipos que valoran al ser humano, oficiales y guardias que quieren hacer su trabajo en forma honesta y con respeto por la vida. Gente querible y respetable. Debo decir que mi experiencia me demostró que esos penitenciarios son la minoría. En diez años de trinchera en el complejo de Florencio Varela lamentablemente conviví con una mayoría que fue o muy hija de puta, o muy pelotuda. Este nuevo director pertenecía a los muy pelotudos con aspiraciones de hijo de puta. Era la peor mezcla… (extracto del capítulo «Ni Borges zafó de la requisa (2017)» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento del 2020 si alguna editorial importante se copa en ayudarnos)

La imagen puede contener: 4 personas, personas sentadas e interior

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