Mi auto siempre estaba estacionado frente a la ventana del director de la unidad…

«Hasta ese momento, mal que mal, me dejaban ingresar y no me molestaban “demasiado”, porque daban por sentado que si un civil como yo, había logrado algo tan difícil como es entrar por años a un pabellón de población en una cárcel de máxima seguridad, era porque era ahijado de un peso pesado. Hasta el 2014 era atacado con ciertos “códigos” por parte del SPB. Eran ataques tolerables y tolerados porque yo no esperaba que mi proyecto fuera recibido con alfombra roja en un centro de tortura. Cada tanto algún que otro guardiacárcel me levantaba el tono de voz o pretendía maltratarme, lo que yo solucionaba ladrando un poco más fuerte. En alguna oportunidad un jefe de penal había aconsejado que me cuide, a lo que yo contestaba que él debía cuidar un poco más su trabajo. Me habían hecho esperar horas antes de poder entrar al pabellón o habían amenazado a algún alumno mio, y hasta llegaron a romperme “por error” muchas computadoras nuevitas. Todas cosas normales cuando llevás a cabo un proyecto que, de alguna manera, propone la lectura atenta de Borges en medio del hundimiento del Titanic. Pero a mediados de 2014 los códigos de la guerra empezaron a resquebrajarse. Comenzó con una rayadura profunda en la puerta delantera izquierda de mi auto. No dije nada. Hay decenas de autos estacionados en la puerta de la cárcel y cientos de personas circulan diariamente en ese sector. Pero la cosa no quedó en el rayoncito. Al poco tiempo empezaron a ponerme cartelitos en el parabrisas con la palabra PRESERO (amigo de los presos); me rayaron todas las puertas y el baúl; me desinflaban las ruedas (siempre agradecí que no las pincharan), etc. Mi auto siempre estaba estacionado frente a la ventana del director de la unidad…,» (extracto del capítulo «La insoportable soledad del ser (2014/15)» del libro de Alberto Sarlo «Espectros del pabellón» que esperamos publicar en algún momento de 2020)

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