Llevamos muchos años de lucha. Una lucha que desde siempre supimos que vamos a perder. Nosotros vamos a perder. De Gramsci aprendimos, entre otras cosas, a ser pesimistas de la razón para ser optimistas de la voluntad. Y fuerza de voluntad es lo que nos sobra. Nos sobra para soportar la derrota. En la derrota vamos a perder muchos compañeros. Muchos más de los que ya perdimos y a quienes dedicamos este libro. Estoy harto de perder. Estamos hartos de perder. Estoy harto de ver morir pibes, mis pibes. Estoy harto de ver que mis pibes roben. Que mis pibes se droguen. Que mis pibes se pongan en pedo de pastillas. Que mis pibes maten. Que nuestros pibes maten. Harto. Estoy harto de saber que mis pibes, nuestros pibes, van a seguir robando, enfermando, malviviendo y muriendo siendo pibes. Pelear para perder no hace bien. Pelear para perder no le hace bien a la cabeza. No le hace bien a los huesos, no le hace bien al alma. Pero hay que pelear. A cada uno le toca lo que le toca y a nosotros nos toca pelear. A mi me toca pelear. Peleamos mucho y ganamos poco. Pero algo ganamos. Ganamos respeto. Ganamos amor propio. Ganamos cultura. Ganamos ser menos vulnerables. Ganamos creernos humanos (si ya sé, ya lo dije, pero lo repetimos para que la idea entre). En Platónov, obra maravillosa y que me costó años conseguir, Antón Chéjov da vida a un maestro de escuela que lucha denodadamente por superar la angustia y la desesperación de toda una sociedad, lucha que también debe mantener consigo mismo para no verse arrastrado al peor de los finales. En dicha obra surge un diálogo muy breve, bellísimo y crudo a la vez, un diálogo desesperado y desesperante, un diálogo muy humano y muy pero muy ruso, un diálogo con una pregunta sencilla y con una respuesta universal “¿Qué hacer, Nikolái? Enterrar a los muertos y reparar a los vivos».

En el pabellón 4 hacemos algo parecido a eso. En el pabellón 4 con dignidad, con memoria y con mucho dolor enterramos a los que se fueron y con fuerza de voluntad reparamos a los que se quedaron. Somos muchos los que peleamos. Somos muchos los que escribimos…. En algún lado leí que somos el resultado de nuestras guerras y nuestros muertos. Nuestra sociedad está librando una guerra. Una guerra que está arrojando a millones de familias al abismo. Esos son nuestros muertos. Es hora de empezar a pensarnos como sociedad y, a partir de ello, saber quienes somos y quienes no somos. A quienes incluimos y a quienes excluimos. Ponernos en la piel de los marginados nos puede ayudar a mejorar. Ponernos en su piel no significa ser un turista colonizador que pretende imponer nuestro modo de vivir, nuestra concepción de justicia, nuestras convicciones, nuestros axiomas acerca de lo que es bueno y lo que es malo. Ponernos en la piel del otro es arremangarnos, es llenarnos los pies de barro y es abrazarlo. Y luego de abrazarlo tenemos que empezar a escuchar lo que dice, lo que piensa, lo que vive. Ponerse en la piel del otro es sencillo: simplemente hay que tratarlo como un ser humano, un ser humano que necesita ser oído. Escúchenlos, escúchennos. Antes de juzgarlos, antes de sentenciarlos, antes de matarlos, escuchen lo que tienen para decir. Leer este libro es un buen comienzo. Pero sólo es el comienzo, si es que realmente queremos que algo cambie. ( Extracto del prólogo de Alberto Sarlo del libro JUGUETES PERDIDOS – experiencias en Institutos de Menores-, libro que pueden continuar leyendo en PDF cliqueando https://drive.google.com/file/d/1dyrusHi6nNphyXwO1c8AM8S8oLUONF27/view?usp=sharing )118851970_2616639128651070_7041129349743953525_n

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